Me gusta pasear por Sevilla, por su maravilloso y maltratado casco histórico. Me relaja pasear entre sus ambientadas calles, no se cansa uno de admirar todo lo que se mueve y también todo lo que permanece o dejan que permanezca, a través del tiempo.
Los sábados tardes, en un mas que agradable paseo, aparco mi moto (mi coche sería imposible) en la calle Zaragoza y a través de Tetuán dejando atrás la plaza nueva y cruzando campana –duque, y adentrándome en Jesús del Gran poder, llego a la plaza de San Lorenzo. Es el camino que hago habitualmente para asistir a misa de ocho treinta en la basílica. Me gusta escuchar a un cura Jesuita que da habitualmente esa misa, y muy especialmente cuando dice “hoy sábado a la Virgen, le cantamos “.
El último sábado, al llegar a Reyes Católico antes de desembocar en Zaragoza, buena parte de la acera derecha de dicha calle, estaba cubierta por chiringuitos ambulantes, restándole belleza y majestuosidad a tan impresionante avenida. Nada extraño, sucede muy habitualmente. Sin embargo una vez aparcada mi moto, desemboqué en mi paseo en la plaza nueva, tomada en toda su extensión por las casetas de la feria del libro. No si es mejor; la llanura de piedra existente actualmente o esta eventual feria. y ya para colmo, la desaparición de la Sevilla monumental, se produce definitivamente al llegar al Duque y verla, perdón, y no verla, por estar cubierta totalmente por puestos también ambulantes.
Por fortuna, pude escuchar misa a mi hora y también pude cantarle la salve a la virgen, ya saben por ser sábado y proponerlo ese extraordinario Jesuita.
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