LA DESARMÁ; COSTALERO DE SEVILLA

martes, 4 de marzo de 2014


                         CAPITULO TERCERO

 

LA DESARMÁ

 

 

-¿Pepito?- Era la voz del Gordo por teléfono. Este, se encontraba todavía bajo la apatía que había mostrado el pasado Miércoles Santo y eso después de haber pasado una semana. La voz del Gordo por teléfono le sacó, de aquella situación.

- ¿Qué pasa Gordo?

-po qué va a pasa, que espabiles y te dejes de tonterías. Que mañana es la “desarma”(1)

- ¿Y qué quieres?

- Silencio resignado, -¿Po qué voy a querer, no lo sabes ya? que mañana te recojo a las nueve y nos vamos pa la iglesia.

- Yo no voy- Contestaba desganado Pepito

- Silencio, suspiro del Gordo- Mañana me lo dices- Le contestó su amigo y colgó el teléfono.

Estos dos amigos son vecinos del  pueblo de Tomares, cercano a la capital y anclado en la cornisa donde da comienzo el Aljarafe. Pepito trabaja en su “puesto” de frutas del mercado de Triana mientras que el Gordo, tiene taller propio de chapa de coches en su mismo pueblo.

A penas habían transcurrido unos días desde que terminara la semana grande. Aún sonaban, aunque lejanos en los oídos, las cornetas y tambores de las bandas, las llamadas de los capataces, y algún quejío aún más lejano de profundo lamento saetero. Todavía nos asaltaba algún resbalón provocado por restos de cera de cirio distraído e incluso se podía ver alguna rampa que todavía no había sido retirada de alguna iglesia…y de nuevo más obligaciones para  los sufridos costaleros.

La “mudá” (2) de la parihuela (3) desde la iglesia  al almacén en una triste noche sin figuras a las que pasear, sin flores para adornar y sin música, al menos para no perder el paso debajo de la trabajadera, no es precisamente lo que más atrae a nuestros costaleros, pero a pesar de ello, éste es consciente de su obligación y no faltará a la cita para cumplir con  la misma. Se hace a altas horas de la noche pues muy al contrario que durante la Semana Santa, las calles no se cortan para desplazar los pasos. Hay que aprovechar el escaso paso de vehículos.

Nuestro protagonista, Pepito, todavía no se ha repuesto del trago tan amargo del pasado miércoles santo. Menos mal que su amigo “El Gordo” lo conoce bien y sabe cómo tratarlo.

 

 

 

 Pie de página 1) se denomina “Desarmá” al traslado de los pasos, ya desmantelados de todo lo que se estropea o de las figuras y piezas de mayor valor que quedarán en la iglesia o en la casa hermandad, al almacén donde serán guardados hasta la próxima Semana Santa 2) Mudá, es el traslado en general de los pasos, fuera del desfile procesional.  3) la Parihuela es el paso sin ningún tipo de adorno o accesorio. Podría decirse que es la mesa sobre la que se monta el paso.

 

Algo antes de las nueve del día siguiente ya estaba el Gordo en la puerta de Pepito, acompañado por “El Quini” otro de los amigos del grupo de Tomares,  tocando el claxon de su coche, ¿tendría alguna duda de la asistencia de su amigo a “la Desarmá”? Ninguna. Al instante aparecía Pepito por la ventana, al que su amigo le imponía: - Coge la ropa y baja ya que tenemos que recoger al Cateto- Este era otro de sus compañeros y amigos, de pueblo, pueblo, el más bruto del mundo y que además trabajaba en el campo, había que recogerlo en el Mercado de Entradores, en el Arenal, pues ni conducía ni tenía coche y llegaba en el autobús de su pueblo.

 Cuando se montó en el coche su cara era de pocos amigos, apenas saludó y se enfrascó en sus pensamientos, por otro lado nada extraño en él, actitud muy conocida por sus amigos. Tomaron rumbo a Sevilla por Castilleja y bajando por la cuesta del “Carambolo”. Desde donde,  y así es  hace varios siglos, se observa majestuosa la catedral de Sevilla, destacando sobremanera la esbeltez de la giralda. Y este es precisamente el pensamiento que se le vino a pepito observando esa estampa. “El tiempo que lleva ahí esa foto fija”. “La de gente a través de mucho tiempo y de muchas maneras y desde distintos vehículo por la evolución de los tiempos e incluso andando como se iba antes a Sevilla desde el Aljarafe, que ha visto esa misma foto”.  Absorto en este pensamiento, llegaron a Triana por el puente del patrocinio para seguir por las calzadas adoquinadas de la calle Castilla, San Jorge y por fin el puente Isabel II o de “Triana” con su olor de puerto marino en el que  se mezcla la fragancia salina y que se prolonga a través del río y desde el mar, allá en Sanlúcar de Barrameda,  al graznido de las gaviotas que sobrevuelan la zona. Ese ambiente,  introduce a Pepito en la rutinaria actividad del puerto : Veía, desde lo alto, la playa que se extendía bajo el puente y hasta la torre del Oro en la que había un enorme trasiego de gente, de carros tirados por bestias e infinidad de barcos de todos los tamaños. Veía toldos elevados sobre cañas en el perímetro que da a Sevilla y que dan cobijo a los descargadores de los grandes barcos que llegan desde América cargado de riquezas. Veía galeones, su esbeltez destacaba sobre manera, en contraste con los barcos que habían cercanos, carabelas, goletas, etc. Unos con el velamen recogido mientras eran descargados o al contrario, mientras otros estaban fondeados sin aparente actividad. Los palos aún con sus velas recogidas llegaban al cielo mientras los cañones en perfecta formación causaban algo más que respeto. Pero si impresionante era ver los que estaban fondeados, no era nada comparado con el que entraba al puerto con las velas desplegadas, rodeado de galeras que mediante cabos, tiraban de él, ayudándolo a maniobrar a tan enorme buque por el interior del río y debido a la falta de viento. Los porteadores gallegos aparecen como hormiguitas bajando y subiendo las rampas que dan acceso desde la arena de la playa  a los buques para transportar los fardos desde estos hasta los carros tirados por animales, que esperan en cola para a su vez transportar la mercancía a la ciudad. Se observan también un gran número de esclavos de raza negra encadenados entre ellos y que más tarde irán por sus propios pies a las gradas de la catedral, donde serán vendidos. También hay una rudimentaria factoría en la que se arreglan pequeñas embarcaciones y como no, pequeños “bares ambulantes” donde los tratantes, sobretodo, cierran sus negocios, bares donde no faltan los aguardientes ni los vinos de Sanlúcar ni por supuesto, el mosto del aljarafe. El aguador con su cántaro a cuestas, recaba  a voces, la voluntad a la vez que hace propaganda del agua de Tomares que  también es actor necesario, pues la calor hace la necesidad y por fin al fondo, la Torre del Oro que pone contrapunto a toda la escena que a su vez es presidida desde las alturas por la Iglesia catedral, entre medio el montículo del “baratillo” hecho a base de los desperdicios de las zonas limítrofes.

 ¡Pepito! Despierta ya, estamos en el mercado de entradores. Mercado edificado sobre el solar donde estaba la antigua cárcel del pópulo que a su vez fue edificada sobre un antiguo convento de los “Recoletos” de la época en la que los galeones profundizaban por el rio hasta el mismo corazón de Sevilla. Efectivamente, cuando llegaron al mercado de entradores, allí estaba el “Cateto” bajo el azulejo de la Esperanza de Triana.

Al despertar Pepito lo hizo con cara de sorpresa por el sueño tan extraño que había tenido, tenía la sensación de haber estado presente en todo lo que había soñado. De vueltas a la realidad:

 – Gordo,-por fin se le escuchó a Pepito ¿qué te juegas que cuando lleguemos a la iglesia no hay ná preparao?

- No me juego ná.- Pepito siempre acertaba y el Gordo lo sabía demás.

Ambos sabían que cuando llegaran a la iglesia, quedaría mucha faena pendiente, todos los años son iguales y además se repite en casi todas las hermandades.

Efectivamente, cuando llegaron no había casi nada preparado. Lo único que faltaba en los pasos eran las figuras que habían sido colocadas en los altares y aquellos enseres más valiosos que se quedarán en la sala de exposición de la hermandad y por supuesto las flores.

Como cada año, en esta jornada los costaleros terminarán a las tantas de la madrugá. A los encargados de preparar los pasos para “la mudá” no les gusta trabajar a solas y esperan la llegada de los costaleros para que les ayuden o simplemente los acompañen a terminar sus respectivas faenas. De todas formas “la desarmá” sí tiene un atractivo muy importante para los costaleros y es ver nuevamente a sus compañeros y amigos. Esa noche, saldrán a relucir las proezas, los fallos que siempre hay, cómo no, y alguna que otra anécdota  de la última salida de la cofradía a la calle.

La llegada y el reencuentro con el grupo dará lugar a la primera alegría de la noche. En la mayoría de las cuadrillas reina una gran camaradería.  Vendrán los saludos de rigor y esas bromas que nunca faltan, donde también participará “la gente de fuera” (1) Hasta Pepito sin darse cuenta había entrado ya en la dinámica del grupo y  la apatía, la desgana que había mostrado hasta que lo recogió su amigo, habían  quedado totalmente olvidadas (…Hasta el próximo año).

Transcurrido un buen rato, bien  aprovechado por la gente que desmonta los pasos ayudados por los costaleros y una vez desmontados los últimos enseres, cederán el protagonismo a estos últimos

- Todos “a hacerse la ropa”- ordena el capataz.-

Que es como se denomina a las labores de dar forma al costal con su correspondiente morcilla, para adaptarlo a la cabeza de cada individuo, y en esto como en todo, está el costalero que es un fenómeno haciéndola y tendrá que hacer la suya y la de unos cuantos más que no tienen ni idea de cómo hacerla. Junto a Pepito, el Gordo, el Quini  y el Cateto se situarán, Manolito Yerbabuena, José Mª “Hierro” del mercado de entradores, Fernando el de Gines  y alguno otro más.

 

 

 

 

 

1)       Gente de Fuera son el capataz y sus ayudantes. Los que el día de la salida procesional irán con “terno negro”

 

 

Una vez hecha, la colocación en la cabeza es muy importante, una simple arruga en la ropa en contacto con la piel y en la zona donde reposará la trabajadera podría dar lugar a importantes rozaduras en las partes sensibles del cuello. Aquí veremos esa clásica imagen en este mundillo: un costalero de pie ya con el costal puesto y agarrándose fuertemente el mismo con las dos manos y a la altura de la frente, mientras que un compañero a su espalda se preocupa de estirar tanto lateral como frontalmente las telas que a su compañero le caerán por su espalda y desde la cabeza para evitar esas posibles arrugas.

En nuestro reducido grupo, será Manolito Yerbabuena el encargado de hacer la ropa a sus amigos, su larga experiencia además de la enorme fuerza que tiene en las manos, trabaja de meteó en un mercado, harán posible una ropa justa a la medida de la cabeza de cada uno, así como lo suficientemente apretada. Es muy importante hacerla de esta manera para que luego, entre la presión del palo sobre el cuello y el sudor, no consigan aflojarla. Presionando de rodillas en cada ropa, estarán cada uno de los interesados, y así uno a uno hasta que Manolito se las haga a todos. – A ver si aprendéis ha haceros la ropa, que yo no cobro por hacerla.- Enga ya, luego te invitamos a una cervecita.- Contestó Pepito- a una cada uno-, respondió rápidamente Manolito. Cuando se hablaba de cerveza rápidamente se apuntaba. De todas maneras, Manolito estaba de broma. El nunca negaba a nadie ningún favor y además disfrutaba pudiendo ayudar a sus amigos. Era bastante más mayor que ellos, pues aunque hoy se encuentra en esta cuadrilla de hermanos costaleros. Ya hace muchos años que se inició en estas artes y cuando llegó el cambio a cuadrilla de “Profesionales” a cuadrilla de “Hermanos” naturalmente que se preocupó de seguir en una de ellas. Para él sus amigos costaleros eran su auténtica familia, pues al menos que se supiera no tenía otra. Se había llevado toda su vida trabajando en el mercado de la Feria, en la descarga, por lo que su amplia envergadura, unida al ejercicio diario, hacían de él un peón fundamental y ansiado por cualquier capataz para su cuadrilla. Con unos cuantos costaleros con esa fuerza, la verdad es que el paso “nunca se podría hundir”. A parte de estas cualidades, si bueno era como costalero, era aún mejor persona. Con quien sus amigos siempre podían contar y para lo que fuera. Aunque tenía un gran defecto o una gran virtud, según se mire, y era sencillamente que no le gustaba hablar.

Luego vendrá el fajarse. Esa faja que nos recuerda la que utilizaban los antiguos descargadores del muelle y que hoy en día prácticamente sólo tienen esa utilidad. Servirá para llevar bien apretados los riñones y así evitar posibles lesiones en la cintura, después de una “levantá al cielo”, el paso cae de golpe y con la fuerza multiplicada sobre los cuerpos. De ahí su importancia. Eso sí, unos necesitan más vueltas que otros como es el caso de Paquito que es un fideo. Por el contrario, Manolito Yerbabuena se tiene que conformar con dos  vueltas cortitas dado que la faja no da para más en su enorme perímetro abdominal.

Cuando el capataz observa que su gente está más o menos preparada, asume su capacidad de mando.- ¡To er mundo al palo!- Se le escuchó gritar. A partir de ese momento cada costalero irá a su sitio. – ¡La levantá a pulso aliviao!-  Nuevamente mandó el capataz. Para que los cuerpos sufran menos. Una vez que éstos están situados entre el suelo y la trabajadera,  las piernas estarán abiertas y un poco flexionadas, y se irán cerrando poco a poco hasta ponerse juntas y derechas, a la vez que se van metiendo riñones. En definitiva, simplemente se pondrá el cuerpo totalmente erguido. Como resultado, el paso estará arriba sin la brusquedad que para el cuerpo, lleva consigo la típica “levantá al cielo”.

Cuando el capataz toque el martillo, martillo que en muchos casos en la “desarmá” suele ser un  simple trozo de madera pues el auténtico habrá sido retirado ya del paso. Se seguirá la misma cadencia de siempre en los movimiento, en los tres tiempos que habitualmente se utiliza: Atención, al palo y arriba.

Y así a paso de “mudá”, llevarán la parihuela. Es decir, como si fuera andando rápido por la calle sin llevar peso alguno en lo alto. Cubriendo rápidamente el trayecto, acompañados de las bromas de siempre e incluso alguna demostración  de fuerza y poderío físico de algún que otro costalero. Y así, hasta el almacén donde pasará la estación invernal en triste oscuridad.

            Una vez dentro del almacén sin ninguna finura, colocaran la parihuela en un rincón. Una vez situada al fondo del almacén, el capataz mandará la izquierda o a la derecha u otro tipo de maniobra que raramente se da en la salida procesional.

Pero eso sí, una vez guardada la parihuela, habrá una cervecita en el bar más próximo, en esto el costalero es igual al resto de los sevillanos, todo será refrendado al final con unas copitas.

Manolito Yerbabuena recibirá el agradecimiento de sus compañeros en forma de cervezas, se bebe todas las que le echen.

 Al menos a Pepito ya se le pasó el malestar que había guardado hasta el día de hoy y desde que se recogió su cofradía el pasado Miércoles Santo.

Quedaran las añoranzas del pasado y la esperanza de emociones del futuro. Nuestros costaleros, ya enfilan, igual que la parihuela y dentro de este mundillo, la siesta veraniega y el triste sueño invernal, la mayoría de los compañeros no se verán hasta que comiencen nuevamente los ensayos, allá en las vísperas de la próxima Semana Santa. Pero nuestros amigos tendrán muchas vivencias antes de los próximos eventos procesionales.
Faustino Tomares.