EL PASO SE HA RECOGIDO

jueves, 27 de febrero de 2014


 

                  CAPITULO SEGUNDO
El barrio de san Vicente es de los más antiguos de la ciudad. Se abría a la antigua Sevilla a través de la Puerta Real, donde se iniciaba la calle que toma nombre del barrio de San Vicente, acceso principal en aquella época para llegar a la Alameda de Hércules desde la puerta de Triana. Desde los momentos en que comienza Sevilla a tomar las hechuras actuales, esa calle, era de las más importantes. Sin embargo lo que entonces era una amplísima avenida, hoy con aquellas  mismas dimensiones es una más del casco antiguo de la ciudad. El nombre de San Vicente Mártir, es el mismo con el que se denomina la iglesia existente en esta calle. Templo de origen almohade que tras varias restauraciones, llega a ser la iglesia que hoy conocemos. La misma que cobija la hermandad de las Siete Palabras y La de Las Penas de San Vicente. La primera ha procesionado hoy miércoles santo por las calles de Sevilla.

…Ya es triste soledad… pero no como en una noche cualquiera, en esta, nuestra cofradía se ha recogido y contrasta el bullicio del gentío que había hace un rato, ansioso por ver el último momento de la cofradía en la calle, para disfrutar hasta extasiarse con los momentos seguramente más sublimes, pues no en vano en la entrada se dan las mayores exigencias entre el capataz y sus costaleros

 

                       Con el silencio de velatorio,

                       De calle con huellas de paso de multitud,

                       Es como si de pronto nos hubiéramos quedado sordos,

                        Lo único bello que ha quedado a la noche,

                        Es un cielo azul más brillante que nunca,

                        Con sus estrellas de tiempo infinito

                        Que son las únicas que mantienen la alegría,

                        De lo bello que fue, hace un rato,                

                        El paso de la cofradía.

                        De olor, donde se mezclan el azahar con restos de incienso y cirio          quemado…

 

                   …Pero ya se ha recogido y tardará un largísimo año en volver a aparecer por esas puertas que hace un rato se han cerrado... y ya solo nos queda el lamento, la nostalgia, la felicidad o la tristeza de tres buenos amigos costaleros que han finalizado su larga faena y como si fuera una chicotá  más del recorrido, ya refrescan sus gargantas haciendo un rápido recuento de lo que ha sido para cada uno de ellos el recorrido de la cofradía en esta jornada.
 Están en una de las pocas tascas que quedan abiertas a esas altas horas de la madrugada y casi sin darse cuenta, acomodan sobre la barra sus cuerpos doloridos, costal (1) bajo el brazo, sudadera ya embutida y la faja inalterable sujetando los riñones hasta mucho más tarde, sus caras reflejan el cansancio acumulado de toda la jornada, sus pelos despeinados mil veces, los pies no se los sienten y por último un calorcito muy agradable, como no, en el cuello. calorcito que irá desapareciendo para convertirse en escozor y dolor, pero que ineludiblemente es la señal de que se ha trabajado.

Al otro lado de la barra, dos camareros vencidos por el cansancio, despiden muy nítidamente  apatía y desgana, no en vano han mantenido una despiadada batalla contra una avalancha de público hambriento y sediento en una más que notable inferioridad numérica.

                        Mientras en la calle resuma olor a paso de cofradía, ya dentro les envuelve el olor a incienso quemado, la bodeguita está todo el año haciendo guardia frente a la iglesia, de ahí la cantidad de fotos y objetos del  mundo de la semana de pasión que se acomodan casi estorbándose sobre sus paredes, a través de sus cristaleras se contempla la antigua fachada de muy vieja iglesia donde ya reposa nuestra cofradía.

                        -¿Qué bien ha entrao el paso, verdad Pepito?-comentaba el Gordo con enorme satisfacción, con Manolito Yerbabuena como testigo.

                         -Si Gordo, si, otro año más la entrada ha sido fenomenal,- contestaba su amigo Pepito, en un tono que denotaba cierta tristeza.

                         -¿Y has visto cómo aplaudía la gente? - Insistía el Gordo, mientras que Manolito escuchaba con la mirada perdida.

                          -Claro que sí, ¿crees que estoy sordo?-  Contestaba Pepito en el mismo tono que la había hecho anteriormente.

                        Así hablaba el Gordo con Pepito, mientras que su otro amigo, Manolito Yerbabuena, se limitaba a escuchar, pero mientras el primero irradiaba felicidad, en el segundo, todo era abatimiento y tristeza, de ahí los comentarios en uno y otro sentido. La cofradía ya recogida, la iglesia ya cerrada, silencio y desolación por todas partes y ellos tres allí solos. Tres espumosas cervezas sobre la barra desierta hacían de sordos e indiferentes testigos de las quejas de Pepito y que atentamente escuchaban sus amigos:

                        -Pero mira Gordo, ya solo somos simplemente un recuerdo de lo que ha sido esta tarde la Semana Santa, a penas se ha recogido la cofradía y seguro que ya nadie se acuerda de nosotros, mañana saldrán muchas fotos en los periódicos y hablaran de mucha gente, también en la radio e incluso en la televisión y cuando nos mencionen a nosotros, los costaleros, dirán que la cuadrilla ha trabajado bien, mal o quizás regular ¿pero sabes qué te digo?- Antes que pudiera contestar su amigo, continuó Pepito-, que el verdugón que tengo en el cuello es mío-, esto decía mientras se giraba y bajaba la sudadera para que su amigo viera el enorme bulto amoratado que lucía en la parte posterior de su cuello-, y solamente mío- continuaba Pepito- y te puedo asegurar otra cosa Gordo, se acabó, estoy harto de que me machaquen debajo del paso para que otros se lleven las flores.
- No hables más tonterías,- por fin se dejó oír Manolito, aunque lo normal sería que permaneciera callado, y continuó el Gordo,- todos los años lo mismo cuando se ha recogido el paso, o vas a decirme que no te has emocionado cuando hemos entrado en campana(1) y nos tocaban “saeta” y “réquiem” y otro marcha y otra y así hasta más de veinte minutos sin bajar el paso y cruzar toda la plaza, con esas mecías de costero a costero o esas llamaditas muy cortitas, para que el paso no se notara que se movía si no fuera porque cambiaba de sitio, con mucha suavidad para terminar en esa eterna revirá. Para finalmente desembocar en Sierpes, casi nos quedamos dormidos en la trabajadera, parecía que flotábamos y no al contrario, o esa entrada que hemos hecho aquí en San Vicente, donde parece que el paso no entra, pero solo lo parece, porque ahí estábamos nosotros que a la voz de Salvador llevamos el paso hasta dentro. No Pepito, no, esto yo no lo cambio por ná y tú… tampoco.

                        Tras un largo silencio el Gordo le echó el brazo por el hombro a su amigo y así salieron de la bodeguita como tres buenos amigos que tenían maneras muy distintas de ver las cosas, Pepito sabía que el Gordo tenía razón, pero no por eso dejaba de embargarle la tristeza, mientras Manolito se limitaba a observar.

            Y así había terminado la jornada para estos tres compañeros y amigos de la cuadrilla de costaleros de Salvador.
Pié de página: 1- El Costal es la herramienta del costalero. Arranca de la que utilizaban los descargadores gallegos del muelle de Sevilla en el siglo XVI y que ha llegado hasta nuestra época. Consiste en un saco de arpillera, forrado por uno de los lados para adaptarse con suavidad al cuello del que lo porta. Manos expertas, darán forma al trapo para poder ser utilizado.
Pié de página: 1- Plaza de “La Campana” Plaza del centro de Sevilla donde se inicia la “Carrera Oficial” de obligado cumplimiento para todas las cofradías y que oficializara allá por el año de 1604 el cardenal Niño de Guevara. Es el lugar más emblemático del recorrido procesional de la Semana Santa de Sevilla.